La noche de los muertos, o también conocida como la noche de Halloween, es una noche para dejar libre a zoombies, vampiros, diablillos, hombres-lobo, momias y toda clase de criaturas siniestras que deambulan por la ciudad causando estragos a todo el populacho.
En medio de tanta maldad, se encontraron dos pobres y nobles hadas del bosque que decidieron salir la noche de antes para celebrar el “anti-halloween”, concediendo deseos con sus baritas mágicas a todo aquel que tuviera un buen corazón.
Seducidas por la curiosidad, nuestras pequeñas amigas entraron en un local de peculiar reputación llamado “Arena”. Una vez en el interior de prestigioso lugar, las hadas, muy observadoras, empezaron a indagar sobre quién sería merecedor de conceder sus deseos.
El proceso era muy simple. Sólo tenían que posar su barita en la testa de la dama o caballero que ésta había elegido, y pronunciar dichas palabras: Te concedo un deseo. El individuo debía verbalizar su petición y si su corazón era noble la barita brillaría y el deseo le sería concedido.
Pero cuán confundidas se hallaron nuestras encantadoras hadas. Ellas buscaban y buscaban… pero la barita nunca brillaba. Todos los sujetos clamaban deseos banales e insustanciales: desearía el mal al amor perdido, quisiera montañas de oro y que todo el mundo supiera de mis riquezas, que un mal rayo le parta al vecino que robó mi vaca… bla, bla, bla, ya os podéis imaginar. Eran deseos a los que sólo podían aspirar los corazones amargados.
Y en un giro inesperado, uno de esos individuos habló: mi mayor deseo es que todo el mundo sea feliz, y doy gracias al cielo porqué aun existan criaturas bondadosas como vosotras, que vais repartiendo halos de felicidad sin esperar nada a cambio. Os deseo lo mejor.
Las dos baritas brillaron como jamás lo habían hecho, iluminando todo el local y a todos los allí presente. Radiaban con tal fuerza, que a nuestras pequeñas amigas les costaba sostener. Comenzaron a resbalar destellos de luz que fueron impregnando a todas y cada una de las criaturas que en el lugar se hallaban, repartiendo, tal y como había pedido el individuo bondadoso, felicidad.
Una vez finalizado ese gran hallazgo, las hadas se retiraron al bosque del que provenían, felices de saber que no todos los seres tenían un amargo y áspero fondo, y esperanzadas de haber encontrado un verdadero noble corazón.
Contentas llegaron al bosque, calmadas y tranquilas ya que la noche de Halloween, o también conocida como la noche de los muertos, jamás las volvería a perturbar.