Tiempo para despertar
Tiempo para bostezar
Tiempo para vestirte
Tiempo para maldecir la mañana
Tiempo para abrir la puerta y dejar atrás tu sueño, tu desaliento… tiempo para sonreír falsamente ante las caras conocidas de un lugar odioso, de un lugar obligado a habitar.
Tiempo para desear que pasen las lentas y pesadas horas. Tiempo para escuchar gritos, para ver personajes aburridos, para que tu particular infierno te absorba.
Agotar tus palabras sin sentido, tus esfuerzos en balde… añorar las caricias, los besos, y desear que las lentas y pesadas horas sucumban todas juntas y dar paso a la nada.
Curioso que el tiempo, lo que tanto ansiamos poseer, sea el mismo que nos arrebata nuestro tiempo. Somos esclavos de unas manecillas que ruedan a su antojo, de un grano de arena que no quiere caer, de un dígito que decide agotar su energía y anclarse en el último segundo.
Perdemos la noción de tiempo cuando lo que más deseamos es que se detenga, pero todo se congela cuando queremos que pase veloz. Maldito seas…
Parece estar todo coordinado, todo estudiado y más que pactado. El tiempo que debemos reír y el tiempo que debemos sufrir.
Tiempo para abrir la puerta y adentrar el cansancio, la cobardía, la ira acumulada… tiempo para no dirigir una palabra a la persona que tienes al lado en un lugar amable, en un lugar elegido para vivir
Tiempo para agradecer la noche
Tiempo para desvestirte
Tiempo para bostezar
Tiempo para dormir