Unas letras siguieron a otras, resbalando de los labios de una mujer de poco coraje. Una vez en el aire no sabían a dónde ir. Deambulaban nerviosas, temblorosas; corrían desesperadas calle arriba y calle abajo… hasta que quedaron totalmente desorientadas y acabaron en el bosque de las palabras perdidas.
Allí habitaban esas palabras que se dicen y no se escuchan, esas que no llegan a entenderse, esas que quedan en el aire y nadie las recoge, esas que se abandonan a su suerte.
Encontraron más palabras como ellas, sólo que estas parecían diferentes. Eran mudas y no recordaban nada de lo que habían expresado, nada de lo que habían significado. Simplemente eran signos sin sentido, símbolos sin vida, grafías insensibles…
Quizás ya eran así cuando nacieron de los labios de alguna persona. Quizás se convirtieron al paso de los años y andar perdidas en el bosque. Quizás perdieran la ilusión de ser utilizadas y acabaron por enmudecer.
El caso es que esas letras que siguieron a otras, que resbalaron de los labios de la mujer de poco coraje, que acabaron en el bosque de las palabras perdidas… sintieron miedo, miedo de volverse como ellas, de olvidar todo lo que habían sido, de no ser nunca más utilizadas, de quedar en el olvido.
Quisieron huir. Despavoridas, buscaron una salida y… nada. Ellas no lo sabían, pero una vez entraran en el bosque de las palabras perdidas ya no podían salir. Allí quedaron atrapadas y, poco a poco, fueron olvidando su significado, fueron olvidando que podían expresar un sentido, fueron olvidando que tenían una bella voz, fueron enmudeciendo y quedando inutilizadas. Y, por supuesto, fueron olvidadas.