viernes, 6 de noviembre de 2009

El día del anti-halloween


La noche de los muertos, o también conocida como la noche de Halloween, es una noche para dejar libre a zoombies, vampiros, diablillos, hombres-lobo, momias y toda clase de criaturas siniestras que deambulan por la ciudad causando estragos a todo el populacho.

En medio de tanta maldad, se encontraron dos pobres y nobles hadas del bosque que decidieron salir la noche de antes para celebrar el “anti-halloween”, concediendo deseos con sus baritas mágicas a todo aquel que tuviera un buen corazón.

Seducidas por la curiosidad, nuestras pequeñas amigas entraron en un local de peculiar reputación llamado “Arena”. Una vez en el interior de prestigioso lugar, las hadas, muy observadoras, empezaron a indagar sobre quién sería merecedor de conceder sus deseos.

El proceso era muy simple. Sólo tenían que posar su barita en la testa de la dama o caballero que ésta había elegido, y pronunciar dichas palabras: Te concedo un deseo. El individuo debía verbalizar su petición y si su corazón era noble la barita brillaría y el deseo le sería concedido.

Pero cuán confundidas se hallaron nuestras encantadoras hadas. Ellas buscaban y buscaban… pero la barita nunca brillaba. Todos los sujetos clamaban deseos banales e insustanciales: desearía el mal al amor perdido, quisiera montañas de oro y que todo el mundo supiera de mis riquezas, que un mal rayo le parta al vecino que robó mi vaca… bla, bla, bla, ya os podéis imaginar. Eran deseos a los que sólo podían aspirar los corazones amargados.

Y en un giro inesperado, uno de esos individuos habló: mi mayor deseo es que todo el mundo sea feliz, y doy gracias al cielo porqué aun existan criaturas bondadosas como vosotras, que vais repartiendo halos de felicidad sin esperar nada a cambio. Os deseo lo mejor.

Las dos baritas brillaron como jamás lo habían hecho, iluminando todo el local y a todos los allí presente. Radiaban con tal fuerza, que a nuestras pequeñas amigas les costaba sostener. Comenzaron a resbalar destellos de luz que fueron impregnando a todas y cada una de las criaturas que en el lugar se hallaban, repartiendo, tal y como había pedido el individuo bondadoso, felicidad.

Una vez finalizado ese gran hallazgo, las hadas se retiraron al bosque del que provenían, felices de saber que no todos los seres tenían un amargo y áspero fondo, y esperanzadas de haber encontrado un verdadero noble corazón.

Contentas llegaron al bosque, calmadas y tranquilas ya que la noche de Halloween, o también conocida como la noche de los muertos, jamás las volvería a perturbar.

FIN


Caperucita roja: la versión del lobo


Por casualidad, navegando por Internet, encontré esta reveladora historia de caperucita roja, pero contada por el lobo.

En todos los juicios se necesitan dos versiones de los hechos, la de la "víctima" y la del acusado. Pero no sé por qué extraña razón, en los cuentos nos creemos a pies juntillas la versión del “bueno”, que en nuestro caso es la pequeña y encantadora vestida de rojo.

Lean, sin más, lo que nos relata el “horripilante” lobo feroz, y después de unos segundos recapaciten y verán que no es oro todo lo que brilla, y los sucesos casi nunca son lo que parecen…

Sin más demora, sigan más abajo y disfruten de la lectura.


"El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y me gustaba mucho. Siempre trataba de mantenerlo ordenado y limpio.

Un día soleado, mientras estaba recogiendo las basuras dejadas por unos turistas, sentí pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi venir una niña vestida en una forma muy divertida: toda de rojo y su cabeza cubierta, como si no quisiera que la vieran. Andaba feliz y comenzó a cortar las flores de nuestro bosque, sin pedir permiso a nadie, quizás ni se le ocurrió que estas flores no le pertenecían. Naturalmente, me puse a investigar. Le pregunté quién era, de dónde venía, a dónde iba, a lo que ella me contestó cantando y bailando que iba a casa de su abuelita con una canasta para el almuerzo.

Me pareció una persona honesta, pero estaba en mi bosque cortando flores. De repente, sin ningún remordimiento, mató a un mosquito que volaba libremente, pues también el bosque era para él. Y no contenta con ello atrapó una linda mariposa y la encerró en un bote, donde poco a poco iba muriendo de asfixia. Así que decidí darle una lección y enseñarle lo serio que es meterse en el bosque, sin anunciarse antes, y comenzar a maltratar a sus habitantes.

La dejé seguir su camino y corrí a la casa de la abuelita. Cuando llegué me abrió la puerta una simpática viejecita, le expliqué la situación. Y ella estuvo de acuerdo en que su nieta merecía una lección. La abuelita aceptó permanecer fuera de la vista hasta que yo la llamara y se escondió debajo de la cama.

Cuando llegó la niña, la invité a entrar al dormitorio donde yo estaba acostado, vestido con la ropa de la abuelita. La niña llegó sonrojada, y me dijo algo desagradable acerca de mis grandes orejas. He sido insultado antes, así que traté de ser amable y le dije que mis grandes orejas eran para oírla mejor.

Pensé que era tan solo una niña y traté de prestarle atención, pero ella hizo otra observación insultante acerca de mis ojos saltones. Ustedes comprenderán que empecé a sentirme enojado. La niña tenía bonita apariencia pero empezaba a caerme antipática. Sin embargo, pensé que debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos me ayudaban para verla mejor. Pero su siguiente insulto sí me encolerizó. Siempre he tenido problemas con mis grandes y feos dientes, y esa niña hizo un comentario realmente grosero.

Sé que debí haberme controlado pero salté de la cama y le gruñí, enseñándole toda mi dentadura y diciéndole que eran así de grande para comerla mejor. Ahora, piensen Uds.: ningún lobo puede comerse a una niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa niña empezó a correr por toda la habitación gritando, y yo corría detrás de ella tratando de calmarla. Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para correr me la quité, pero fue mucho peor. La niña gritó aun más. De repente la puerta se abrió y apareció un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo lo miré y comprendí que corría peligro, así que intenté escapar por la ventana... pero todo fue inútil. Aquel leñador me alcanzó con su hacha en mi lomo y caí sangrando. Los hachazos llovieron en mi cuerpo y mi sangre, mis vísceras y mi dolor lo invadieron todo.

Me gustaría decirles que fue un malentendido, que yo no pretendía devorarla, que sólo quería darle una enseñanza sobre nuestro mundo... Pero desgraciadamente nadie me creería ni me escucharía… La abuelita jamás contó mi parte de la historia y no pasó mucho tiempo sin que se corriera la voz que yo era un lobo malo y peligroso. Todo el mundo comenzó a odiarme. Desde el paraíso de los animales, pues también nosotros tenemos alma, no guardo más rabia hacia los animales humanos, pero me compadezco de ellos y de sus errores.

No sé que le pasaría a esa niña antipática y vestida de forma tan rara, pero si les puedo asegurar que yo nunca pude contar mi versión. Ahora Uds. ya lo saben."