jueves, 20 de diciembre de 2007

Tiempo


Tiempo para despertar

Tiempo para bostezar

Tiempo para vestirte

Tiempo para maldecir la mañana

Tiempo para abrir la puerta y dejar atrás tu sueño, tu desaliento… tiempo para sonreír falsamente ante las caras conocidas de un lugar odioso, de un lugar obligado a habitar.

Tiempo para desear que pasen las lentas y pesadas horas. Tiempo para escuchar gritos, para ver personajes aburridos, para que tu particular infierno te absorba.

Agotar tus palabras sin sentido, tus esfuerzos en balde… añorar las caricias, los besos, y desear que las lentas y pesadas horas sucumban todas juntas y dar paso a la nada.

Curioso que el tiempo, lo que tanto ansiamos poseer, sea el mismo que nos arrebata nuestro tiempo. Somos esclavos de unas manecillas que ruedan a su antojo, de un grano de arena que no quiere caer, de un dígito que decide agotar su energía y anclarse en el último segundo.

Perdemos la noción de tiempo cuando lo que más deseamos es que se detenga, pero todo se congela cuando queremos que pase veloz. Maldito seas…

Parece estar todo coordinado, todo estudiado y más que pactado. El tiempo que debemos reír y el tiempo que debemos sufrir.

Tiempo para abrir la puerta y adentrar el cansancio, la cobardía, la ira acumulada… tiempo para no dirigir una palabra a la persona que tienes al lado en un lugar amable, en un lugar elegido para vivir

Tiempo para agradecer la noche

Tiempo para desvestirte

Tiempo para bostezar

Tiempo para dormir

Sólo un beso


… y ella pensó en no dejar hablar más a esos labios, pues sus palabras se desvanecían en el aire y no podía permitir tal sacrilegio. Con un dulce beso absorbió todo su saber, y todas las palabras del mundo se unieron a su ser.

No fue un beso de despedida, como algunos mirones pudieron advertir, sino de bienvenida; pues justo en ese instante el cielo se unió a la tierra y el tiempo se detuvo para saborear el feliz encuentro. La noche, que majestuosa observaba desde el cielo a los dos tortolitos, perdió su antifaz y no pudo dormir pensando en cuán suerte corrían aquel par de enamorados.

De regreso a casa, ella y su incesante estado de nervios, devoraba cada milímetro, cada milésima parte de aquel recuerdo. ¿Había sucedido en realidad? ¿O sólo en su perturbada y desconcertada mente? Fuera como fuere, su mirada se perdía ventana a través, y una sonrisa se dibujaba y desdibujaba (por el fuerte empeño en disimular) durante todo el viaje en tren.

Aún reservaba impregnado su sabor, su olor, su imagen… múltiples sensaciones indescriptibles, conocidas y tan desconocidas a la vez… Sus oídos sólo escuchaban las palabras nacidas de los labios que, fortuitamente, acababa de besar.

Encontró en el bolso las llaves de su hogar, dónde podría seguir alimentando su imaginación… sólo que en este caso era real.